Dos pies en Asia, justo después de la fila

Hay que admitir que la idea inicial del viaje en compañía hace pensar en la duplicidad de visiones. Viajan dos y ya hay dos países, dos ciudades, dos comidas, dos mares —entonces, ¿cuántos gatos habría en Estambul? Hacer el cómputo solo entre aquellos bien peinados, que son la mayoría—. Pero sucede que después de dos años de muchos, muchísimos viajes, ya se ha aprendido tanto de la visión del otro, que se empiezan a entrecruzar las dos ciudades. Es el mismo efecto que causaría el sufrimiento —un, dos, tres por Lyon—. Entonces, si uno se pregunta si verdaderamente habrá habido tanto caos, vendrá ese “Sebas, la ciudad está colapsada” del compañero de viaje, que confirmará que esa idea no proviene de la hipersensibilidad hacia las aglomeraciones, sino que en la votación se decidió por unanimidad que hubo caos. También está la suerte añadida de que los dos viajeros somos Sebas, con lo que el convencimiento de que hemos visto lo mismo juega por doble vía. 

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